3 de enero. El sueño es agobiante y salir de las cobijas parece tarea imposible. La hora en que sonó la alarma del despertador parece que debía haberse atrasado una hora más, pero cuando finalmente he puesto los dos pies en la tierra y he corrido la ventana me asombro de lo que veo: hace sol. De repente recuerdo que hoy pinta marzo, que no en vano será un mes hermoso porque cumpliré 27 años y puede que esta edad parezca insignificante para quienes ya la hayan vivido; para mí, ese número es perfecto: ni treinta ni quince. Marzo pinta a sol, a unas cuantas nubes en el cielo, suena a bosque. Parece que la selección musical de este mes no ha sido del todo escogida por mí y será un mes de tolerancia: no me termina de gustar la música ranchera. Será un mes trabajo, de mucha lectura y de una vez sé que esta pinta ha fallado porque hoy no he salido de casa, pero curiosamente en marzo estaré lejos de ella. He sentido mi primer temblor del año, me han dado un buen abrazo y casi he destruido el exprimidor de naranjas. Nada que no se arregle con café caliente y pan de chocolate. La noche está calma, arriba un tímido cachito de luna me sonríe.